Conferencia inaugural: “Estudiando transformaciones de espacios urbanos. De Roma a Cusco.”
El estudio del espacio urbano en las ciudades romanas ha estado tradicionalmente condicionado por la interpretación ideológica del urbanismo romano y la perspectiva idealista vinculada a la historia del arte clásico desde Wickelmann. Por otra parte, su estudio funcional se ha limitado a la zonificación de actividades y al análisis geométrico de la planta de las ciudades. Todo ello ha contribuido a construir la idea del urbanismo y de la arquitectura romanas como disciplinas rigurosas capaces de diseñar, planificar y construir racionalmente los espacios de la ciudad y sus monumentos públicos. Este modelo entra en crisis cuando se confronta con el plano de las ciudades romanas que efectivamente conocemos gracias a la arqueología (Ostia, Cosa, Pompeya, Tarraco, Ampurias, Timgad…). Creemos que el espacio urbano en la cultura romana fue el resultado de un proceso de transformación continua producido por la superposición de actividades heterogéneas, a menudo sin proyecto previo, diseñado desde el replanteo propio de la construcción tradicional. La propia Roma es quizás la ciudad que mejor lo ejemplifica. Basta recordar el simbolismo urbano de los lares compitales, la procesión que recorría las capillas de los argei o el uso procesional de algunos ejes viarios para darse cuenta de que la forma de la ciudad y la jerarquía de sus calles dependió más de los sentimientos religiosos de la población que de la capacidad planificadora de arquitectos y urbanistas.
La capital inka del Cusco es en este sentido un excelente contrapunto a la reflexión sobre el espacio urbano en las sociedades antiguas mediterráneas. Fue construida por la voluntad del más importante de los gobernantes inkas en uno de los puntos más elevados de los Andes. Fue concebida como el ombligo del mundo y era un gran centro ceremonial que a la vez gestionaba la administración del mayor imperio construido en las Américas. Contaba con cientos de miles de habitantes y se extendía como una extensa red de asentamientos articulada sobre el territorio en base a varios cientos de lugares sagrados. Los caminos y calles garantizaban la producción, la conservación de los excedentes en los almacenes del estado y la movilidad de personas, bienes de consumo y bienes de prestigio. Sin embargo el origen urbanístico del sistema estaba en la tupida red de santuarios que sacralizaba la apropiación del territorio por los grupos de poder de la sociedad inka, ya fuesen familias extendidas o grupos gentilicios. La eficacia del sistema se comprobaba en los festivales que congregaban a las multitudes en torno a un cierto lugar sacro y en las procesiones que seguían las pautas cíclicas del calendario agrícola. El centro político y representativo alojaba los edificios de la administración del estado. Sin embargo, sus edificios fueron construidos aprovechando el espacio libre que dejaron los dos grandes templos del sol y las vías procesionales que comunicaban con la gran plaza central de la ciudad.